GABRIELA WARKENTIN* - Ciudad de México - 11/05/2009
Cuando no hay suficientes muertos
La nueva influenza que se desató primero y con un poco más de fuerza en México que en otros lugares, ha puesto en evidencia muchísimas fallas y virtudes de nuestro sistema. Y ha mostrado también que cuando hay que informar de y narrar sobre una crisis anticlimática, a los que nos dedicamos a la comunicación todavía nos queda mucho por aprender.
Los medios de comunicación en México (y de otros lugares del mundo), nos dejamos llevar primero por la sorpresa de la noticia, y las nuevas imágenes que esta producía. Después vino la sospecha y el escepticismo, y había que cazar a las autoridades: irregularidades en las cifras, ¿por qué hasta ahora?, ¿no estarán exagerando?, ¿no estarán ocultando algo más grave? Entonces pasamos al relato de la víctima: de uno de los primeros contagiados (un niño avispado, con buen manejo de medios) a la mujer no atendida, al empleado obligado a trabajar aun a pesar de las prohibiciones, al mexicano maltratado en China, al varado en Buenos Aires, a la familia estigmatizada por sus vecinos. Y se acentuó lo que -si nos lo permitiéramos nos daríamos cuenta- es una verdadera pesadilla informativa: porque en realidad no estaba pasando nada, pero los medios de comunicación ya habían extendido sus horarios de cobertura.
Claro está que sí sucedían cosas, que el virus es real, como lo son los muertos, los enfermos, y las consecuencias funestas de todo esto en la economía y la vida de los afectados (incluido al país como tal). Pero en términos del espectáculo mediático, no había nada sustantivo con qué llenar las horas y horas de transmisión radiofónicas, los programas especiales de la televisión, los suplementos de los impresos. Cierto, los medios fueron útiles para no provocar pánico ni incitar a la desobediencia.
Aún hoy, cuando empieza a quedar un poco más clara la magnitud de la crisis, seguimos enganchados en la narrativa victimista y en el vicio de atrapar la declaración del funcionario para encabezar con eso la nota. Toca tal vez comenzar otra labor, la del reportero que sigue los hilos de la historia; la del periodista de investigación que es capaz de usar y cruzar bases de datos e interrogar la realidad más allá de su inmediata percepción; la del trabajo colaborativo, que debiera ser propio del periodismo de estas épocas enredadas y que permita contrastar hipótesis, compartir enfoques y completar mosaicos. Me temo, sin embargo, que se impondrá el hábito, voltearemos a ver el siguiente escándalo y nos sumiremos en las declaraciones, las víctimas y los verdugos en turno. Servirá todavía de escudo la convicción de que los lectores y la audiencia ahí siguen. Mientras sigan, claro está.
Algunos señalan ya que los verdaderos ganadores de esta complejidad comunicativa fueron las redes sociales y la dimensión dialogante de Internet. No lo sé, pero supongo que más que un tipo de medio, lo que termina ganando es un interesante equilibrio en donde la imposibilidad de los medios tradicionales por abordar esta nada tan peculiar, se remedia con la recuperación de las voces individuales, que dialogan en la Red y fuera de ella, para darle sentido a una historia que está más allá, o en otra parte .
Cuando no hay suficientes muertos para nuestra tradicional forma de narrar e informar, estamos obligados a ser capaces de encontrar otra.