miércoles, 22 de abril de 2009

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Paisaje Urbano

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CIUDAD DE MÉXICO:
LA DIFAMACIÓN DE LA PESADILLA



Ciudad utópica en los comienzos, ciudad agónica del pragmatismo actual, México DF se caracteriza por la desmesura en todos los órdenes. Ninguna armonía es posible donde reinan los extremos: lo nuevo se va acomodando a lo viejo de maneras imprevisibles, hasta que del caos surge una especie de orden, siempre inestable.

por CARLOS MONSIVÁIS ensayista y narrador mexicano

En el principio era el Centro, y la nación mexicana estaba desordenada y casi vacía, y la presencia del Centro en la ciudad de México obligó a la creación de los alrededores (que se llamaron Provincia) y de los sitios lejanos, que requirieron de la compra del espacio a otros planetas o regiones, y todos supieron que el Centro lo era, no en virtud de su ubicación, sino por probar desde el inicio el axioma imperial: lo central no depende de la existencia de lo secundario, lo central no requiere de alrededores.

Asi no sera la vista siempre

Allí están los testimonios, las versiones, las recreaciones. Desde su génesis, o desde el apocalipsis que casi la inaugura el día de la caída de la Gran Tenochtitlán, el 13 de agosto de 1521, la ciudad de México ha dispuesto de cantores y de profetas aciagos, de prologuistas de sus virtudes y de transcriptores de sus bríos agónicos. Mucho antes de La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes, cronistas y narradores localizan en la ciudad al cuerpo formidable, distinto por entero a la suma mecánica de escenarios, situaciones y existencias, y cada uno a su modo, cada uno incorporando en alguna medida lo dicho por el anterior, instalan un determinismo ni teológico ni económico, simplemente urbano: es la traza la que forja a la sociedad, es la desmesura de la ciudad capital la responsable de la psicología diferente o, si se quiere, del ánimo enlazado de quienes, desde el siglo XVI, se consideran habitando la desmesura. El cazador cazado: la condición de ciudad utópica (de aztecas, españoles, criollos, mestizos) desemboca en el pragmatismo de la ciudad agónica gracias al determinismo.
El centralismo –de que tanto se acusa a la capital– es también su atractivo irresistible. Así, y por ejemplo, ¿cómo no preferir el único ámbito donde son posibles las variantes legítimas de la diversión, para ya no hablar de las variantes inconvenientes?


México entre las rejas
Divertirse pese a la censura eclesiástica, el racismo, la represión de clase, las plagas, la incertidumbre, la violencia, los demonios del desempleo, el hacinamiento. Divertirse con el sentimiento de culpa a raya, en las buenas y en las malas, en las reyertas y en las bodas, en los velorios y en los festejos de los poderosos. Divertirse porque el relajo (el relajamiento) y el reventón (la fiesta sin sosiego) le son consubstanciales a la ciudad que a golpes demográficos deshace todos los controles, y en la que, por ejemplo, en el mismísimo y fúnebre siglo XVII, tienen lugar los primeros raves (la vivencia de la autoridad como desarreglo de los sentidos) en ocasión de la llegada de los nuevos virreyes y los obispos.


Máscaras
La multiplicación de los panes, los peces y los parientes
¿Qué propone una ciudad? ¿Cuáles son sus misterios, sus escondrijos, sus paraísos subterráneos? ¿Y cuáles los dispositivos para el deleite a bajo precio? Si a toda ciudad la caracteriza el juego entre ofrecimientos y negaciones (entre aperturas y cerrazones), a la capital de la República Mexicana, con sus catorce o quince millones de habitantes que el Valle del Anáhuac eleva hasta veintidós o veinticuatro, la distingue el cúmulo de ofertas y de dificultades para su aprovechamiento. Así, la ciudad de México es un comedero omnipresente, es el bebedero interminable, es la danza del subempleo alrededor de los semáforos, es el frotadero de almas en el vagón del Metro (los cuerpos ya no cupieron), es el depósito histórico de olores y sinsabores, es la primera comunión meses antes de la boda de los padres del niño, es el anhelo de un cuarto propio, es la unidad nacional en torno a la telenovela de moda, es el santiguarse de los taxistas al paso de los templos, es la incursión jubilosa y amedrentada en la vida nocturna, es la demanda de la tipicidad que aún sobrevive, es el alud de franquicias que subrayan la falsa y asombrosa semejanza con cualquier ciudad norteamericana.


Polaroids Especie en Extinción
Todo lo anterior se multiplica en América Latina, y corresponde a lo que, con fines de ubicación fatalista, aún se llama “Tercer Mundo”. Lo singular, lo que en el caso de la ciudad de México desafía las previsiones, es la sensación de multitud al acecho (dentro de uno mismo incluso), que transforma las predicciones ominosas en paisajes inevitables. A la velocidad de la luz no se observa bien lo dispuesto a la intimidad, y a la velocidad de la explosión demográfica menos.

Todavía, y pese a las quejas sobre la pérdida de la identidad, la ciudad de México retiene su método excepcional para integrar y subrayar diferencias y semejanzas. Admí-tase para empezar que la unidad posible proviene de la lejanía de la regimentación. ¿Qué orden se concibe para una ciudad de cinco millones de automóviles, niveles altísimos de contaminación, destrucción minuciosa de los ecosistemas, demanda urgente de tres o cuatro millones de viviendas? ¿Qué orden reconocen los casi seis millones de personas que a diario transporta el Metro, los cientos de miles de desempleados, las legiones de la economía subterránea? Si todo se mide por millones, el individualismo verdadero es la aguja en el pajar. Si el Distrito Federal jamás alcanzará la armonía, es mejor dejarle su control al azar, o como quiera llamárseles a las disciplinas imprevistas de los conjuntos. Las más de las veces, el orden en la ciudad de México es el resultado de la imposibilidad de que se advierta el desorden. La megalópolis es proteica a la fuerza, pero en lo disparatado de su desarrollo arquitectónico, en la fealdad de las construcciones autogestionarias, en los kilómetros y kilómetros que se recorren sin tropezar con estímulos visuales, se halla el gran elemento en común: la belleza (recordada o idealizada) que se desprende de la ausencia de propósitos estéticos. Y si gran parte del carácter homogéneo de la ciudad se deriva de la resignación, de la prisa por habitar en donde sea, de la escasez abrumadora de recursos, todavía hay lugar para lo inesperado, para la buena fortuna de la mirada errante.


Especie en extinción

¿Por qué llegan, por qué no se van?

Desde 1920, o la fecha que les convenga a los inicios de la estabilidad, el vértigo de la ciudad de México no ha sido en beneficio de la convivencia, sino del aprovechamiento financiero y comercial, y de la elevación de la sobrevivencia a los altares. La industria, sin vigilancia alguna ni respeto por los ecosistemas, crece con prisa salvaje y las oleadas de inmigrantes se acomodan donde pueden. Y a esta desmesura la subsidia el resto del país, que se priva de muchísimo mientras se prodigan las obras públicas de la capital: agua, pavimentación, energía eléctrica, transporte. Y, llover sobre mojado, este crecimiento intensifica aún más el abandono de las zonas rurales. Los años pasan y las causas del éxodo de las regiones son las mismas: el desastre de la reforma agraria, la monotonía sin salidas, el caciquismo, la miseria que devora raíces, el alcoholismo, las vendettas familiares, los pleitos mortales de los medios reducidos.

Locaciones *una obra mas de Slim*

En la capital, las colonias populares se multiplican, los empresarios exigen concesiones y ventajas, el Estado, ansioso del desarrollo que es sinónimo de la estabilidad, no pone obstáculos, y la ciudad se expande sin término. ¿Y qué caso tienen las medidas preventivas? La capital es el sitio para los ambiciosos, los desesperados, los ansiosos de libertad para sus costumbres heterodoxas o sus experimentos artísticos. En el país aún se vive una cultura represiva, la del tradicionalismo que espía al vecino y acecha en su propia recámara. En la capital, por lo menos, lo que hagan los vecinos no importa porque los vecinos son demasiados, cambian su domicilio con frecuencia, y no es fácil retener sus facciones, ya no se diga su comportamiento. La libertad, dígase lo que se diga, viene en gran parte del peso de la demografía.


Policia
En la fiesta y en el crecimiento salvaje se conoce a los amigos y los obituarios
Noticias de julio de 2007:
el agotamiento de los mantos freáticos, se intensifican las grandes fugas en el sistema de aprovisionamiento del agua, los delitos prosiguen con su cortejo de miedos y peticiones de mano dura, conseguir empleo es ya una variante de la búsqueda del Santo Grial, los embotellamientos o atascos son ya parte de la vida sentimental y educativa de los cientos de miles o millones de automovilistas... Por doquier, signos de lo más temible: la Ciudad de México ya tocó su techo histórico, no puede ir más allá, el Ángel de la Muerte se convierte en el Ángel del Desempleo, el que consiga un departamento barato, que contrate a un especialista en milagros para que nunca le falte el agua...


H2O Chile
Coro de lugares comunes que se consideran “vivencias”
-Es la ciudad más grande del mundo.
-Esta ciudad ya tocó su techo histórico.
-Aquí ni siquiera dan ganas de rezar. Ni el Señor distingue entre tanta gente.
-Soñé que iba solo en un vagón de Metro, y nadie empujaba, ni me vendían nada, ni contaban estupideces. Desperté angustiadísimo de la pesadilla.
-La ciudad crece en dirección opuesta a la autoestima de sus habitantes.
-Dos horas en ir del trabajo a mi casa y no fue el peor embotellamiento que me ha tocado. Con razón ya perdimos el hábito de la prisa.
-Hay tanta gente que ya se acabaron los rostros familiares.


Por mi Raza hablara mi género

Identificación a manera de pórtico

En los veinte años, para poner una fecha, las transformaciones de la Ciudad de México han sido tantas y tan extraordinarias que muchas incluso pasan inadvertidas. Así, con y sin paradojas, proceden las costumbres en épocas sin movilidad social. Sitiada por las novedades, la ciudad adopta ritmos distintos de libertades, de aperturas, de madurez crítica, por eso, adelantándose a la lentitud y la torpeza de los gobiernos y los partidos políticos, obliga a los cambios a través de la persistencia.


Secretaria de Salud

Rampa para sillas de ruedas en la SS

Nuestro Lago Color Anticongelante

¿Es acaso posible fijar el vértigo? El que se proponga fijar con precisión las transformaciones, irá siempre a la zaga. Esto parecería inexacto si, por ejemplo, se observa el discurso de la sexología, la franqueza antes inconcebible en el cine, el teatro, y las publicaciones, las novedades en televisión (Cable), etcétera. Sin embargo, todavía lo que se vive es distinto al modo en que se le valora en público. En tanto armazón declarativo, la sociedad va detrás de su propio desarrollo, y esto explica en las encuestas a la mayoría que se declara “virtuosa a la antigua” y a los que se ofenden por “la falta de respeto a la tradición”, sin reconocer lo obvio: si se observa la suma de sus acciones, la Ciudad de México es ya post-tradicional. No en todo, sí en muchísimo.*

*Por sociedad post-tradicional entiendo la que no ajusta sus procedimientos cotidianos a lo que se espera en obediencia a su trayectoria, sino a lo que determinan las exigencias duales, las de la modernidad crítica y las de la sobrevivencia.

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